La esencia de las comunidades de práctica
[Por MANEL MUNTADA: Experto en gestión del conocimiento, desarrollo y cambio organizativo.]
La Jornada Interadministrativa sobre Comunidades de Práctica organizada por la ECLAP y celebrada el pasado 12 de noviembre en las instalaciones del PRAE, nació con la intención de crear un espacio real de reflexión compartida. Un espacio donde detenerse, observar lo aprendido en estos años y contrastar miradas sobre el trabajo colaborativo entre distintas Administraciones públicas.
Desde el inicio, su diseño respondió a un propósito muy claro: poner en el centro a las verdaderas protagonistas, las comunidades de práctica —sus dinamizadores y dinamizadoras, sus participantes, sus aprendizajes, sus tensiones y sus logros— y permitir que su experiencia guiara la conversación.
En esta edición, compartieron su mirada profesional provenientes de la Región de Murcia, la Generalitat de Catalunya, la Junta de Castilla y León y la Asociación de Archiveros de Andalucía. Voces diversas, oficios distintos y trayectorias complementarias que fueron construyendo un relato común sobre el valor de aprender juntos dentro o entre Administraciones públicas.
No fue una jornada técnica más. Fue, sobre todo, un reencuentro con la esencia: volver al motivo por el que nacen las comunidades de práctica y al sentido profundo que tienen para quienes las sostienen.
A lo largo del encuentro se hizo evidente que las comunidades de práctica no emergen como respuesta a un diseño formal, sino como expresión de una necesidad genuina del trabajo real. Surgen allí donde las dudas se repiten en soledad, donde la complejidad exige conversación y donde la experiencia individual necesita completarse con la mirada de otras personas.
El origen de una comunidad suele ser casi imperceptible —un intercambio casual, una reflexión compartida, una intuición que alguien decide no guardar para sí— pero su impacto puede transformar profundamente la manera en que se vive el propio trabajo.
Se reconoció también que el conocimiento profundo es siempre relacional. No crece aislado ni encerrado en documentos, sino en el diálogo constante entre quienes comparten responsabilidades, inquietudes y contextos de práctica. La confianza se reveló como la infraestructura invisible que sostiene cualquier proceso de aprendizaje colectivo.

Las aportaciones procedentes de las distintas organizaciones coincidieron en subrayar la importancia del papel institucional: no para dirigir ni orientar los contenidos, sino para crear condiciones que permitan que los liderazgos naturales emerjan, que el tiempo sea real y no residual y que el trabajo colaborativo sea reconocido como parte esencial de la función pública.
Asimismo, se puso en valor la dimensión humana que sostiene la continuidad: la energía del reencuentro, el alivio de no transitar en soledad determinadas decisiones, la dignidad que cobra el oficio cuando es reconocido por iguales y la capacidad de generar espacios de cuidado en entornos donde la presión y la soledad profesional son habituales.
Todas estas reflexiones fueron recogidas en el documento “100 ideas clave sobre las Comunidades de Práctica”, un compendio que condensa la riqueza del encuentro y que ofrece una guía práctica para quienes desean iniciar, consolidar o fortalecer una comunidad en su ámbito profesional.
La jornada nos dejó una convicción compartida: las comunidades de práctica no son un complemento, son una necesidad organizativa y ética.
Son la apuesta por una administración más abierta, más colaborativa y más humana. Una administración donde el conocimiento no se guarda: se comparte. Donde el trabajo no se vive en soledad: se acompaña. Donde el futuro no se improvisa: se construye conjuntamente.
Lo que transforma una organización no es una herramienta, sino una cultura. No es un método, sino un modo de estar. No es un modelo, sino un compromiso colectivo.
Y ese compromiso —como se hizo evidente en esta jornada interadministrativa— sigue estando muy vivo entre nosotras y nosotros.